En 1972 Italo Calvino publicó Las ciudades invisibles, un metafórico texto en el que el autor nos permite ser testigos de las narraciones con las que el viajero Marco Polo deleita los oídos del gran conquistador Kublai Kan. El veneciano es un heraldo, y su misión es recorrer todo el imperio para posteriormente, en presencia del monarca, recrear cada una de las ciudades conocidas, pues irónicamente, la vastedad de su territorio ha hecho imposible que pueda aprehenderlo en su totalidad.
Marco Polo narra las ciudades de tal forma que Kublai Kan reconstruye en su mente todo lo que en esos lugares sucede. El estilo metafórico y ornamentado del cronista embelesa y alimenta la creatividad del líder mongol a la vez que genera en él imaginarios que sólo son posibles a través de las narraciones subjetivas que su interlocutor le proporciona.
Poco a poco la historia deja ver que aunque el emperador jamás estará físicamente en ciudades como Pentesilea, Zoe o Bauci, las construcciones narrativas que Marco Polo ha inventado para él le permiten conectarse con partes de esos mundos que son sólo posibles de concebir a través de la perspectiva que el viajero le ofrece, pues en su versión del lugar está implícita su propia individualidad. Incluso el lenguaje verbal les resulta insuficiente, por lo que en vez de palabras prefieren comunicarse con señas, ademanes, bailes y gestualidad.
Las ciudades invisibles abre la senda de la ensoñación, lo metafísico y lo etéreo, pero también alude a los modos en que los símbolos permiten a los sujetos vincularse con la parte abstracta e intangible de algo tan real como lo puede ser una urbe. Cada ciudad que Marco Polo describe mantiene concordancia con un lugar que visitó pero que definitivamente no es el mismo que relata, pues ahora él se ha integrado en la narración y retrata a la ciudad a través de su mirada. Por su presencia y perspectiva un nuevo espacio ha nacido, que es simbólico y existe en el imaginario de otro, pues como lo pensó Kublai Kan “quizá el imperio […] no es sino un zodiaco de fantasmas de la mente”.[1]
[1] CALVINO, Italo, Las ciudades invisibles, SIRUELA, Madrid, 1990, p. 15
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