Es importante destacar como André pretende mostrar lo industrial como un “no lugar” gastronómico o, mejor aún, como aquel espacio dónde se “desarma” lo natural, y donde lo que cobra importancia es ya la marca (y no tanto del producto en sí). Estas categorías interpretativas nos acercan a conceptualizaciones de la comida y a un tipo de discurso que se aproximan a lo que Jeremy Iggers, en relación a los “restaurantes y la comida de marca”, ha venido a denominar “gastroporn”[1].
En este sentido, es importante destacar cómo, para el artista, la pérdida de lo natural, de lo fresco, y por tanto de lo auténtico, ha sido una exigencia para la concepción de estas creaciones, justamente para lanzar una crítica voraz contra la sociedad industrial y de consumo.
Así pues, André nos está hablando, a través de estas series, del resultado de la “cocina industrial”, de la perversión de lo natural, de la alteración artificiosa y, en último término, de la adulteración de la relación del cocinero-consumidor con la comida.
De este modo, ante la castración de todo proceso de elaboración, el alimento se nos aparece, vistoso eso sí, pero frío y descarnado. De este modo, André nos habla de unas elaboraciones que han perdido su erotismo culinario, que han perdido su sentido placentero y de las cuáles sólo importa la consumación del acto de comer.
Pero la aguda crítica que André hace de los procesos industriales que subvierten lo natural de la comida no está exenta de humor. Así pues, llamando bodegón a algo ya “premuerto”, y disponiendo los ingredientes industriales de tal modo que el resultado se nos aparece como producto de la cocina creativa. El secreto de esta fina ironía sólo es posible si nos acercamos al mundo gastronómico y artístico de un modo peculiar, con una especial mirada.
[1] Iggers, Jeremy; “Who needs a Critic? The Standard of Taste and the power of branding”; First Course: Taste&Food Criticism, p.98
Comentarios
maite dice:
Muy interesante!